El teatro no es solo un edificio, es un momento, una oportunidad para decirnos las verdades a la cara, colmarnos de preguntas y abrazarnos para mitigar el pavor que nos genera el reconocernos tan nocivos y vulnerables.

Este fragmento es de la obra El brote de Companyia Criolla y no podía empezar este escrito de otra manera. Este fragmento resume a la perfección lo que pienso del teatro y lo que me hace sentir esta expresión artística. Cuando se hizo el oscuro, después de una hora y media intensa, no podía articular palabra, estaba conmocionada. Estuve todo el camino de vuelta a casa evitando cualquier contacto con la realidad, no quería pensar en nada que no fuera el espectáculo, tenía miedo de abrir una rendija entre la ficción que acababa de ver y la banalidad del mundo. Me daba asco pensar en la cena, me repugnaba tener que coger el metro. Quería quedarme allí, y no era una especie de envidia de querer ser la actriz que se sube al escenario para representar ese personaje, ni siquiera eran ganas de conocer al actor o al director del espectáculo y poder charlar con ellos. No, era algo que iba más allá, quería quedarme a habitar ese mundo, que ese momento no terminara nunca. Pero la obra se acaba, como se acaba todo, y tienes que pasar un pequeño duelo. Como cuando terminas de leer un libro que te ha encantado: no podrás volver a vivirlo de nuevo, nunca transitarás por las mismas emociones; podrás releerlo tantas veces como quieras, pero nunca será como la primera vez. Con el teatro es aún más complicado. Me encantaría poder ir de gira con ellos y ver la obra de todas las maneras posibles: entre bambalinas, desde el fondo de la sala, en primera fila. Ver todas las caras posibles del espectáculo. Pero, lamentablemente, eso no es posible y al día siguiente toca seguir con la vida.

Hay otra frase de la obra, que aparece justo antes del primer fragmento que he citado, que explica muy bien esto. Y sí, el texto está lleno de frases que me tatuaría y que no puedo poner aquí, ya que este escrito quedaría demasiado extenso. Pero para eso ya está el libro, porque tienen un libro, que yo compré sin dudar a la salida y así poder recordar todas estas frases y no sufrir durante el espectáculo intentando memorizarlas. Bueno, la frase dice así:

Cuando salimos de una sala, debiéramos sentirnos asqueados por las verdades que se nos dijeron. Pero no, salimos indemnes a buscar la pizzería más cercana para intentar para intentar llenar con carbohidratos y alcohol el vacío existencial que nos deja nuestro paso destructivo por este mundo, y postear en las redes sociales la foto con el programa de mano creyéndose superiores por consumir cultura barreta.

¿Y cuántas veces habré salido yo del teatro sin que nada me interpelara? Se han apagado las luces y yo ya estaba pensando en la lista de la compra o en lo que tenía que hacer al día siguiente. Y eso no tiene nada que ver con la calidad de las interpretaciones, ni de la dirección, ni con la puesta en escena. Tiene que ver con el alma.

Los artistas que están detrás de un espectáculo no son lo más importante, son seres que están al servicio del arte y deben hacerlo lo mejor posible, pero no pueden estar pendientes exclusivamente de sí mismos; si hacen eso, la magia se pierde. Cuando detrás de un espectáculo ves el ego del actor o del director, algo va mal. David Mamet es para mí ya un referente en este tema. Cuando leí su libro Verdadero y falso, quería subrayar todas las frases, y una de ellas hablaba precisamente de esto:

El arte es una expresión de alegría y temor reverencial. No es el intento de compartir las virtudes y esfuerzos de alguien con el público, si no un acto espiritual desinteresado.

Esta idea me resonaba mientras veía la obra. Había una lucha constante entre la vanidad del artista y el arte. El libro Verdadero y Falso destruye por completo ese pensamiento de soberbia de los artistas y es un toque de atención a nuestro yo más egocéntrico. Hay otra frase del libro que es un ejemplo muy claro de esto.

Como miembro del público os diré que és un insulto ir a ver a un actor al camerino y decirle: "Has estado fantástico esta noche", y que este te responda: "No, he estado fatal. Me tendrías que haver visto la semana pasada…". Todos los que hemos recibido esa respuesta sabemos que sienta como un tiro. La reflexión tendría que informar al actor que la respuesta correcta es: "Muchas gracias". El público no va a ver una lección, va a ver un espectáculo. Si les ha gustado, vosotros, los actors, habéis hecho vuestro trabajo.

¿A quién no le ha pasado esto alguna vez? Sentir que no ha sido suficiente sobre el escenario, que podría haber dado más y no querer escuchar lo que ha recibido el público, cómo lo ha vivido. Y es en este punto cuando aparece el ego del artista, cuando él se coloca por encima de todo, esperando que algún día le llegue el reconocimiento por su trabajo. Cuando un espectáculo parece más un despliegue del ego del artista, ya sea director o actor, lo que ocurre es que se crean dos esferas incapaces de comunicarse, el diálogo no se produce. Como también se dice en la obra:

El teatro no és un actor ni un público, es lo que pasa en medio de los dos.

Pero en otras ocasiones no tiene nada que ver con el ego, el problema está más bien en adaptar obras clásicas. Intentar llevarlas a escena de una manera fiel, apelando a otro tiempo y otro contexto, olvidándose del presente. Y ya puede ser la obra un espectáculo visual, con interpretaciones espléndidas y un trabajo minucioso, que lo único que quieres hacer es sentarte en la butaca y esperar a que se haga el oscuro final.

Peter Brook en El espacio vacío escribió:

Una forma, una vez creada, está ya moribunda.

Esta idea la explica en su libro La puerta abierta. Se puede resumir con esta frase:

Toda forma es mortal. No hay forma, empezando por nosotros mismos, que no esté sujeta a la ley fundamental del universo: La desaparición. Toda religión, toda comprensión, toda trdición y toda sabiduría acepta el nacimiento y la muerte.

Cuando estaba leyendo el libro y me encontré con esta frase, me vino inmediatamente a la mente el Da-sein de Heidegger. Este concepto es complejo y profundo, pero recoge la esencia de Brook, que somos seres arrojados al mundo, somos finitos y eso nos hace vivir con la conciencia de la muerte como posibilidad definitiva. Esta finitud hace que las obras tengan que estar revisándose y reinterpretándose constantemente, abriendo nuevas formas desde lo clásico para crear nuevas vidas, nuevas posibilidades. Parece que los clásicos son intocables y eternos, pero no siempre es así. Una forma del pasado puede servirnos de inspiración para el presente, pero debemos saber muy bien qué significaba para la época, qué quería decir el autor, cómo se relacionaba con su contexto. Todo esto lo explica muy bien Brook, cuando dice en el capítulo La astucia del aburrimiento que:

Existe un error que frecuentemente obstaculiza el trabajo en el teatro y que consiste en creer que lo que el autor o compositor de la obra teatral o de la opera escribió sobre papel en otro tiempo es una forma sagrada. […] Una experiencia teatral que viva en el presente debe estar en íntima relación con el ritmo de su tiempo. El arte teatral ha de tener una faceta cotidiana; las historias, situaciones y temas deben ser reconocibles, porque el ser humano se interesa ante todo por la vida que conoce. El arte teatral ha de tener también una sustancia y un significado.

La maestría de este texto es seguir hablando de los clásicos, seguir representándolos pero llevándolos a la actualidad y ver cómo las miserias de antes continúan siendo las mismas. Y nos enseña que nada ha cambiado y que los clásicos siguen estando muy vigentes.

Me dije, cuando comencé con este blog, que no escribiría sobre las interpretaciones de los actores, porque al fin y al cabo, no son lo más importante. Pero viendo a Roberto Peloni sobre el escenario, lo que hace este actor es cosa de otro mundo. Con una escenografía prácticamente vacía, con los elementos justos, es capaz de tenernos atrapados y enganchados. Es un deleite, es como comerte un pastel buenísimo, hecho en casa y con buenos ingredientes, nada puede fallar. Al fin y al cabo, el trabajo actoral es muy importante, es crucial, pero lo que se debe recalcar es la humildad y el amor por el oficio. Es entonces cuando se ve este acto desinteresado del que hablaba Mamet y lo único que se puede hacer es alabar y aplaudir efusivamente la interpretación.

El conjunto que hacen los componentes de esta producción es maravilloso, una pena estar tan lejos de ellos y no poder disfrutarles siempre. Ahora, se han convertido en una compañía que está en mi punto de mira y pienso ir a todas sus obras cuando vengan por estas tierras de gira, y os aconsejo que hagáis lo mismo